martes, 16 de diciembre de 2008


EL CAZADOR de César Altamirano

Siguiendo el rastro que dejaba el muñeco en la tierra del patio, se podía llegar hasta el chico.
En la sierra, se había perdido la cuenta de los días que soplaba el norte, persistente. Abajo y cerquita, el río, a punto de que amenazaban tragarse las últimas gotas.
La tierra reseca, era polen asentado sobre todas las cosas.
El hombre dejó descansar el hacha para recibir el mate y luego comentó:
- El sur viene de agua.
-¡Ojalá no tarde! - fue la respuesta.
La mujer inmóvil parecía tallada en madera, mientras esperaba. Sus ojos enrojecidos aparentaban no mirar nada. Cualquiera hubiera dicho que a ese ser, lo habían vaciado. Recibió el mate al tiempo que el hombre arrasaba el sudor de su cara con el brazo.
Continuaron los golpes secos. La tala se resistía y pequeños trocitos de madera salían disparados en cualquier dirección. Con un golpe al sesgo y otro en contra se veía el oficio. Empezó temprano, con la esperanza del fresco, pero había amanecido caliente, sin tregua.
Como haciendo caso a unas señal misteriosa, cantaba todas juntas las chicharras. Atronaron el aire.
Una lagartija verdeó su forma en un costado del patio, hacia la
pirca.
Entonces la mujer vio al chico y le gritó sin estridencias:
- ¡Le he dicho que no juegue en la pirca! Es peligroso.
El chico dejó de hurgar las juntas de piedras con el palito y poniéndose el Superman bajo el brazo, se fue al reparo del adobe. Ese gran muñeco de plástico descabezado, era jaula donde iban a parar sapos de la lluvia, lagartijas, pichones de torcaza.
A ratos, el hombre miraba las presas y pensaba:
- Éste será cazador.
Un cachalote trotó marroncito con pasos marciales.
Escondido en la sombra, el chico contemplaba absorto la aparición. Era un pequeño cordón amarillo, naranja y negro que ondulaba despaciosamente. Un cono de sol, filtrado por las cañas del alero, hizo restallar los colores.
La ramita de acacia negra tenía dos espinas en la punta. Usándola como tenedor, enrolló la víbora y la introdujo por el hueco de Superman. En ese momento, el muñeco se convirtió en una trampa mortal. El chico tapó el agujero con la mano; y dentro empezó a agitarse la coral. Dos veces irguióse repentina y tiró el saetazo, mas no podía morder la lisura tibia de la palma. Al chico le gustó la cosquilla y pensó que su presa jugaba con él. Después se aquietó, ovillándose en el fondo de su encierro.
El cazador, al no sentir movimiento, empezó a correr la mano, acercando el ojo al agujero.
Espió atento.
La luz, a través del plástico, opacaba los colores del ofidio. Ésta se movió y el chico pudo ver la pequeña cabeza de terciopelo negro, con dos ascuas diminutas por ojos. Sacó la mano, dejando libre la salida.
Su prisionera estaba quieta, como muerta; entonces introdujo el palito hasta el fondo. La víbora cobró movimiento y empezó a enroscar la rama, subiendo. La sacó afuera depositándola en el suelo. Al sentirse liberada, reptó suavemente tratando de escapar, pero no fue muy lejos. El tenedor de espinas aprisionó el centro de su cuerpo y levantó la cabeza para atacar esta vez la rama. No lo hizo y volvió a enroscarse en ella. El chico aprovechó la situación para introducirla en el muñeco por segunda vez.
- ¡Vengan a comer! -pudo escuchar desde un punto infinito de su abstracción.
Entonces dejó parado el Superman en la tierra y tapó el hueco con una piedra chata. Ahí quedaron, envase y contenido, mientras se dirigía presuroso a la mesa.
Bajo el alero de caña, el hombre y mujer esperaban. Se acomodó en el banquito celeste descascaro y apuró el guiso de cordero, urgido por volver a la sombra del adobe con su tesoro.
Una araña enorme, negra y velluda, transitaba ceremoniosa por un tirante del alero. El hombre la vio.
- Va a llover nomás... Ha salido la pollito... --dijo terminando el resto del vino.
Prendió un chala con una brasa alzada con los dedos, antes de volver al corte de leña.
La mujer echó agua en una batea de algarrobo, para lavar los enseres, cuando advirtió un apurarse sospechoso del chico hacia la sombra del adobe.
- ¡Váyase a dormir!
La frase lo alcanzó justo cuando alzaba el muñeco, para evitar la acometida furiosa del perro, que salió de los
churquis ladrando erizado.
- ¡Quieto León! Cuando ese perro se va al monte unos días, vuelve hecho una fiera, mejor atarlo...
El animal, inquieto, se resistía, pero le pasó la cadena al cuello. El cazador, como si ocultara algo, cruzó la arpillera de su jaula y se tendió en el catre, reteniendo contra su pecho su jaula tapada con la mano libre.
-¡Le he dicho que se duerma! --ordenó, acostándose de espaldas al lado del chico.
Éste se volvió y para acomodarse quitó la mano que tapaba e l envase. La coral asomó la cabeza orientada por su lengua rítmica y nerviosa. Sacando medio cuerpo, exploró la espalda de la mujer, sin encontrar resquicio en el vestido de bayeta retrocedió y la mano del chico, en la inconsciencia del sueño, cerró nuevamente la salida.
Así durmieron.
La siesta pasó como viento del desierto.
La leña ya estaba apilada y el hombre se disponía a tomar mate, cuando le recordó a la mujer:
- Es hora que despierte el cazador.
El chico somnoliento, apareció entre la arpillera y el marco, abrazando el muñeco de plástico.
El perro atado, saltó ladrando súbitamente, pero la cadena le frenó en seco.
La mujer se dio cuenta del peligro que anunciaba León. Ella, paralizada por el terror, transpiraba frío, fijos los ojos en la celda de plástico.
- ¡Vení! -le gritó- ¡Sacále eso!
El chico, retrocediendo a la defensiva, aferró la mano en el cuello trunco del Superman.
Entonces sintió el picor en el dedo y asomaron minúsculas gotitas rojas. Con un violento revés, el hombre arrojó al suelo el muñeco. Éste pareció vomitar en su interior al reptil que huía.
Con decisión instintiva lo aplastó, mientras empuñaba con amargura el filoso machete, dispuesto a cercenar el brazo como único remedio.
Giró suavemente el cuerpo de la víbora con la desflecada alpargata viendo la panza blancuzca que aún latía.
- ¡Falsa había sido! --dijo y escupió el chala.
(de “Cuentos regionales argentinos”,antología de Ediciones Colihue)
EL AUTOR
Nos cuenta César Altamirano (Transcripción textual del libro)
"Nací en Capricornio en Córdoba, 1926. Repartí mi infancia entre el centro de la ciudad y sus sierras, despertando a los nocturnos recorridos por las calles atestadas y tejadas desiertas. Esperaba con inquietud las siempre tan lejanas vacaciones hasta que se corporizaban en montes de talas y crecidas furiosas del Río Quillinzo. Luego llegó la docencia, repartida entre matemática e historia. Largo trato con adolescentes hicieron de ellos mis alegrías y constantes preocupaciones. Con el tiempo aprendí: siempre salen adelante. Les acredito una cuota ilimitada de fe. Al abandonar la cátedra, surge el narrador, empujado por infinitos lecturas de autores admirados como Arguedas, Alegría, Rulfo, García Márquez.... Cuando en Buenos Aires contaba anécdotas, algunos amigos, entre ellos Jorge Asís, me alentaron hacia la escritura. Primero me pareció absurdo, luego no tanto, al final surgió el primer cuento para el cual tomé elementos reales, como es la vida azarosa de un serrano. El trabajo resultó premiado. También ocurrió con el segundo tema. Seguía asombrado y sin saber qué pasaba. Un periodista de Córdoba, escribió con cierto afecto, que Bertrand Russell publicó su primera novela a los ochenta años... si yo escribí mi primer cuento a los cincuenta, podía ser considerado como un escritor precoz... Releyendo 'A la deriva' de Horacio Quiroga, ese relato denso del mensú que debe morir picado por una yarará, me surgió la idea de un cuento con ofidio y final imprevisto, pero feliz. Me felicitaba la tarea mi conocimiento del monte y sus habitantes, que en esas aisladas lejanías, de alguna forma son tocados por la sociedad de consumo, representada aquí por el superman de plástico. Agregué premoniciones que vinculan a las arañas con la lluvia y así surgió El Cazador. Para aumentar la confusión obtuvo el primer premio en el Concurso Provincial de Narrativa de Tancacha. Siguieron otras distinciones nacionales e internacionales. Actualmente trabajo en ese asunto tan sutil e intrincado como la novela. Es altamente improbable que reciba el Premio Nobel de literatura. No creo milagros; pero sí en ese motor que es la tenacidad capricorniana"

INTERPRETACIÓN: El texto representa una inversión del orden natural, en la que un cazador es cazado; o el triunfo del mar (encarnado legendariamente en la serpiente), sobre el bien (implícito en la ingenuidad e inconsciencia infantiles).

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